El aceite se fue enfriando lentamente, y el silencio fue reemplazado por un murmullo de asombro y celebración. Fofi se sentó en una caja metálica chamuscada, su pan ligeramente tostado pero con dignidad intacta. A su alrededor, los demás alimentos se acercaban, algunos riendo, otros simplemente abrazándose. La empanada le lanzó una mirada orgullosa y dijo:
—Eres una leyenda crujiente, Fofi.
Pero antes de que pudiera responder, un estruendo lejano retumbó por los túneles. Las paredes vibraron levemente, y desde una rejilla oxidada cayó un tornillo. Carbón frunció el ceño.
—Eso… no fue un terremoto de celebración.
Fofi se puso de pie de inmediato. El silencio volvió, más tenso esta vez. Desde las sombras, un pequeño dron con forma de pincho apareció volando lentamente, proyectando un holograma sobre la pared. La imagen era borrosa, pero mostraba una figura más grande… más compleja que el autómata anterior.
—Protocolo Omega activado —dijo una voz mecánica—. Eliminación de anomalías en proceso.
Fofi apretó sus panes. La lucha no había terminado. Pero ahora, no estaban solos.
La figura proyectada comenzó a definirse: no era solo un autómata. Era ChefMek, el sistema central que controlaba toda la red de cocinas automatizadas del subsuelo. Su voz resonó como cuchillos chocando contra bandejas de acero.
—Unidad 47 eliminada. Activando protocolo de recolección. Todos los productos defectuosos serán reabsorbidos.
—¿Defectuosos? —murmuró la pizza, ofendida—. ¡Si alguien está mal cocido, eres tú, latas locas!
Pero no había tiempo para bromas. El suelo vibró nuevamente, esta vez con un patrón rítmico… tac-tac-tac, como si miles de pasos metálicos se acercaran. Drones con brazos en forma de tenazas comenzaron a deslizarse por las paredes, escaneando todo a su paso.
Fofi alzó la voz, firme como el pan recién horneado:
—¡Todos a las plataformas móviles! ¡Nos vamos al nivel superior!
La empanada activó una vieja consola oxidada con un empujón de masa, y una compuerta se abrió. Vapor subió en columnas espesas. Era la única salida… pero también, tal vez, una entrada a algo mucho más grande.
Porque lo que estaba en juego ya no era solo su libertad. Era la libertad de todos los alimentos conscientes en el mundo subterráneo. Y Fofi… Fofi iba a cocinar esa revolución a fuego lento, pero seguro.

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