El autómata se estremeció mientras Fofi arrancaba los cables del núcleo de energía. Chispas volaron en todas direcciones, iluminando la escena con un resplandor rojo y amarillo.
—¡Cuidado! —gritó la empanada mientras un brazo del autómata se sacudía en un último intento por detener a Fofi.
Pero era tarde.
El núcleo se apagó por completo, y la gigantesca máquina se tambaleó. Un sonido metálico resonó en todo el refugio mientras el autómata se desplomaba de rodillas, y luego, con un estruendoso golpe, cayó de cara contra el suelo.
El silencio reinó por un instante.
—¿Se acabó…? —preguntó la pizza, todavía lista para correr.
Fofi bajó del autómata, sus manos oliendo a metal quemado y aceite viejo. Miró a sus amigos y asintió con una sonrisa cansada.
—Se acabó.
Los habitantes del refugio estallaron en vítores y aplausos. Los nuggets liberados saltaron de alegría, la empanada abrazó a Carbón, y la pizza se dejó caer al suelo con un suspiro de alivio.
Pero mientras todos celebraban, Fofi miró los restos del autómata. Algo en su interior le decía que esto no era el final. El restaurante sabía que estaban aquí. Habían enviado una máquina… ¿qué enviarían después?
Se acercó a Carbón, quien estaba cubierto de hollín pero con una gran sonrisa.
—Necesitamos un plan —dijo Fofi en voz baja.
Carbón asintió.
—Sí. Porque si crees que esto es lo peor que tienen… entonces estamos en problemas.
Mientras el refugio festejaba, Fofi miró hacia la entrada oscura de los túneles. Sabía que la batalla apenas comenzaba.
Esa noche, el refugio vibraba con la celebración. Los habitantes improvisaron una gran mesa en medio del escondite y compartieron lo poco que tenían: papas fritas crujientes, salsa de queso derretido y refrescos burbujeantes rescatados de viejas máquinas expendedoras.
Fofi, sin embargo, no podía relajarse. Se sentó en un rincón observando cómo la empanada contaba la historia de la pelea con exagerados gestos, mientras la pizza hacía imitaciones torpes del autómata derrotado. Todos reían, pero Fofi solo podía pensar en lo que vendría después.
Carbón se acercó y se dejó caer a su lado.
—Te conozco. Sé que estás pensando demasiado.
Fofi suspiró.
—No fue casualidad que nos encontraran. Eso significa que saben que estamos aquí. Y si enviaron una máquina como esa… lo próximo será peor.
Carbón asintió, mirando las luces parpadeantes del refugio.
—Entonces tenemos que adelantarnos. Necesitamos saber qué está tramando el restaurante.
Fofi miró a su amigo con una mezcla de miedo y determinación.
—¿Estás diciendo que vayamos allá afuera?
Carbón sonrió de lado.
—Sí. Vamos a infiltrarnos en el restaurante.
Fofi sintió un escalofrío. La idea de volver a ese lugar era aterradora, pero sabía que Carbón tenía razón. Si no hacían algo, tarde o temprano, los encontrarían de nuevo.
Tomó aire profundamente y asintió.
—Está bien. Pero no iremos solos.
Carbón sonrió.
—Sabía que dirías eso.
Fofi se puso de pie y miró a sus amigos festejando. Si iban a enfrentarse a lo que sea que el restaurante estuviera planeando… iban a necesitar un equipo.
Al día siguiente, mientras los demás aún dormían tras la celebración, Fofi y Carbón reunieron a un pequeño grupo de voluntarios en una esquina del refugio. La empanada estaba ahí, con los brazos cruzados y la mirada seria. La pizza bostezaba, aún medio dormida, pero presente. Un par de nuggets con cascos improvisados de latas de refresco se mostraban ansiosos por la acción.
—Está decidido —comenzó Fofi—. Vamos a infiltrarnos en el restaurante. Necesitamos saber qué están planeando antes de que envíen algo peor.
La empanada asintió con firmeza.
—¿Cuál es el plan?
Carbón extendió un viejo cartón grasiento donde había dibujado un esquema del restaurante.
—Entraremos por los ductos de ventilación. Según lo que hemos escuchado, ahí es donde pasan los desperdicios, y con suerte, nos llevará cerca del centro de control.
—¿Y si nos atrapan? —preguntó la pizza, acomodando sus gafas de sol.
—Entonces improvisamos —respondió Fofi con una sonrisa confiada.
Los nuggets alzaron sus diminutas manos al unísono.
—¡Nosotros podemos hacer distracciones! ¡Somos pequeños y rápidos!
Fofi asintió.
—Bien. Necesitamos cualquier ventaja que podamos tener.
El grupo repasó el plan una última vez y se preparó para salir. Mientras caminaban hacia la salida secreta del refugio, Fofi miró a su equipo. Todos eran comida descartada, platos que alguna vez fueron creados para ser devorados… pero ahora, eran algo más.
Eran una resistencia.
Tomando una última bocanada de aire en la seguridad del refugio, Fofi empujó la rejilla de salida y se deslizó hacia la oscuridad de los túneles.
El restaurante los esperaba.

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