El autómata avanzó con pasos pesados, su brazo mecánico extendiéndose como un cazador implacable. Su ojo rojo parpadeaba con cada análisis que realizaba, escaneando a cada alimento viviente que intentaba huir.
—Objetivos detectados. Procediendo con la recolección.
Fofi corrió entre las sombras, buscando una forma de enfrentarlo. La máquina era demasiado resistente para un ataque directo, pero tal vez había otra forma de detenerla. Se giró hacia Carbón.
—¡Tenemos que apagarla! ¡Debe tener un núcleo de energía o un sistema de control!
Carbón asintió y lanzó una ráfaga de brasas hacia la parte trasera del autómata. Por un momento, pareció que el fuego le haría algún daño, pero la máquina giró su torso y un chorro de gas salió de sus ventilas, sofocando las llamas al instante.
—Contraataque activado —anunció con voz fría.
Un brazo secundario emergió de su costado y golpeó a Carbón, lanzándolo contra la pared.
—¡Carbón! —gritó Fofi, corriendo hacia él.
Mientras tanto, la empanada y el hotdog intentaban liberar a los nuggets atrapados. La enorme mano mecánica los sostenía con fuerza, pero la pizza saltó sobre uno de los dedos metálicos y clavó su queso derretido en los engranajes.
—¡Vamos, quédense pegajosos! —gritó mientras el mecanismo comenzaba a trabarse.
El autómata intentó sacudirse, pero por primera vez mostró una ligera falla en su movimiento. Era lento, pesado, y si lograban aturdirlo lo suficiente, podrían ganar algo de tiempo.
Fofi apretó los dientes. Sabía lo que tenía que hacer.
—Voy por el núcleo —dijo, mirando a Carbón.
El trozo de carbón, aunque adolorido, sonrió.
—Sabía que lo dirías. ¡Vamos a freír esta lata!
La batalla aún no estaba ganada, pero ahora tenían un plan. Y Fofi no iba a permitir que el restaurante la reclamara de vuelta.
Fofi corrió entre los escombros del Refugio mientras el autómata trataba de aplastar a los alimentos rebeldes. Sus enormes manos metálicas se cerraban como trampas, pero la hamburguesa crujiente era rápida y ágil.
—¡Necesitamos distraerlo más! —gritó la empanada, esquivando un golpe del autómata.
La pizza, que aún estaba sobre la mano de la máquina, tenía otra idea.
—¡Oigan! ¡Este trasto usa aceite viejo! ¡Quizás si lo recaliento, se sobrecarga!
Carbón lo entendió al instante.
—¡Déjamelo a mí!
Con todas sus fuerzas, Carbón lanzó una lluvia de brasas ardientes hacia las ventilas del autómata. El aire caliente y el humo negro comenzaron a meterse en su sistema, haciendo que sus movimientos se volvieran torpes.
—¡Advertencia! ¡Sobrecalentamiento detectado! —dijo la máquina, con su ojo rojo parpadeando rápidamente.
Era el momento perfecto.
Fofi vio una escotilla en la espalda del autómata, justo donde probablemente estaba su núcleo de energía. Sin dudarlo, saltó sobre su brazo y comenzó a escalar. El metal estaba caliente, pero su determinación ardía aún más.
—¡Sigue así, Carbón! ¡Voy a apagar este chatarra!
El hotdog y la empanada ayudaron a despejarle el camino, empujando objetos pesados para bloquear los golpes del autómata. Fofi alcanzó la escotilla y usó toda su fuerza para abrirla. Dentro, un brillante núcleo de energía pulsaba con luces rojas y amarillas.
—Hora de cerrar la cocina… —susurró Fofi, arrancando los cables de un solo tirón.
El autómata se sacudió violentamente. Sus luces parpadearon una última vez y luego… silencio.
La gigantesca máquina se tambaleó y cayó de rodillas. Sus ojos se apagaron y su cuerpo metálico quedó inmóvil.
El Refugio entero contuvo la respiración.
—¿Ganamos…? —preguntó la pizza, bajando la guardia.
Fofi respiró hondo y saltó al suelo. Miró a la máquina vencida y luego a sus amigos.
—Sí. Ganamos.
El Refugio entero estalló en vítores y abrazos. Los alimentos vivientes se reunieron, celebrando su primera gran victoria contra el restaurante. Pero Fofi sabía que la batalla no había terminado.
Si habían enviado una máquina tras ellos… significaba que el enemigo sabía dónde estaban.
Y eso solo podía significar una cosa: tenían que prepararse para la siguiente gran amenaza.
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