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Publicado el 31 de marzo de 2025, 18:19

Mientras la fiesta seguía en el Refugio, Fofi miraba a su alrededor con una mezcla de alegría y alivio. La pizza repartía rebanadas de queso extra a los más pequeños, el hotdog contaba exageradamente la historia de su valentía, y la empanada se había convertido en la heroína del momento, rodeada de admiradores.

Pero algo no estaba bien. Entre las risas y la música de sartenes golpeadas a modo de tambores, Carbón se mantenía apartado, con los brazos cruzados y la mirada clavada en una de las salidas del túnel. Fofi se acercó.

—¿Pasa algo? —preguntó.

Carbón frunció el ceño.

—La masa fue solo una parte del problema —dijo en voz baja—. ¿Te has preguntado quién la creó?

Fofi sintió un escalofrío en su pan tostado. Tenía razón. La masa no había surgido de la nada. Alguien la había dejado escapar… o tal vez, la había enviado a atraparlos.

Antes de que pudiera responder, un fuerte sonido metálico retumbó en el túnel más oscuro del Refugio. Como si algo pesado y mecánico se moviera en las sombras.

La celebración se detuvo. Todos giraron la cabeza hacia el ruido. Un olor extraño llenó el aire, una mezcla de aceite viejo y engranajes oxidados.

—No estamos solos… —susurró la empanada.

La amenaza aún no había terminado.

 

El silencio se apoderó del Refugio. Fofi sintió un escalofrío recorrer su pan crujiente mientras el sonido metálico en el túnel oscuro se hacía más fuerte. Era un ruido rítmico, mecánico, como si algo gigantesco estuviera avanzando con paso firme. Un chorro de vapor salió disparado de la entrada del túnel, acompañado de un silbido agudo.

—Eso no suena como comida… —murmuró la pizza, retrocediendo.

De entre las sombras emergió una figura imponente: un enorme autómata de acero con forma de mano mecánica, con dedos largos y afilados, diseñados para agarrar y aplastar. En su centro, un brillante logotipo rojo y amarillo parpadeaba con luces intermitentes. Fofi reconoció al instante ese símbolo… pertenecía al restaurante del que había escapado.

—Bienvenidos de vuelta, productos defectuosos —tronó una voz fría y sintética desde el interior del autómata—. Han sido clasificados como desperdicio. Procederé a su recolección inmediata.

El pánico se desató. Los habitantes del Refugio corrieron en todas direcciones mientras la gigantesca mano metálica se extendía y atrapaba a varios nuggets que no fueron lo suficientemente rápidos. Con un fuerte chasquido, el mecanismo comenzó a cerrarse, aprisionándolos.

—¡No! —gritó Fofi, lanzándose al ataque.

La hamburguesa crujiente saltó y golpeó la máquina con todas sus fuerzas, pero fue como golpear un muro de hierro. Carbón corrió junto a ella, lanzando brasas ardientes contra el metal, pero apenas dejaron algunas marcas ennegrecidas en la superficie de la máquina.

—No le hacemos daño… —dijo el hotdog, con la voz temblorosa.

La empanada apretó los puños y miró a su alrededor.

—Si no podemos destruirlo… ¡tenemos que frenarlo lo suficiente para que todos escapen!

Fofi respiró hondo. Habían derrotado a la masa, pero ahora enfrentaban algo mucho peor: el verdadero poder del restaurante del que tanto habían huido.

Y esta vez, su enemigo no era solo un monstruo de grasa. Era una máquina imparable.


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