Fofi aún no podía creer lo que veía. A su alrededor, la vida en el Refugio parecía una versión alternativa del mundo de los alimentos. No había cocinas ardientes ni clientes hambrientos, solo comida viva que había encontrado un lugar para existir sin miedo. Pero antes de que pudiera relajarse, la empanada le puso una mano en el hombro.
—No creas que estás a salvo todavía —dijo con tono grave—. La masa no se detendrá hasta atraparnos, y si la dejamos llegar aquí, todo el Refugio estará en peligro.
El grupo intercambió miradas preocupadas. No habían hecho más que huir desde que escaparon del restaurante, y ahora entendían que su lucha aún no terminaba. De pronto, un fuerte temblor recorrió el suelo. Un grito de alerta resonó desde la entrada del túnel.
—¡La masa está aquí! —gritó un panecillo con cara de pánico.
La multitud estalló en caos. Fofi vio cómo los alimentos corrían en todas direcciones, algunos refugiándose en puestos de comida abandonados, otros preparándose para luchar. Carbón apretó los puños y miró a la empanada.
—Si este es su hogar, no podemos dejar que lo destruyan. Hay que hacer algo.
La empanada asintió con una mirada determinada.
—Entonces prepárense. Vamos a darle pelea a esa cosa.
Fofi tragó saliva. Jamás imaginó que su camino la llevaría a defender un mundo subterráneo de comida viva. Pero no había vuelta atrás. Era hora de enfrentar a la masa de una vez por todas.
El rugido viscoso de la masa resonó en los túneles mientras su silueta informe emergía de las sombras. Su cuerpo burbujeaba con aceite caliente y partes crujientes se desprendían y se regeneraban al instante. Sus ojos brillaban con furia, y cada paso hacía vibrar el suelo del Refugio.
—¡No podemos dejar que entre más! —gritó la empanada, tomando posición frente al enemigo.
Los habitantes del Refugio, a pesar del miedo, comenzaron a reaccionar. Un grupo de papas fritas se trepó a los techos de los puestos de comida y empezó a lanzar condimentos ardientes como proyectiles. Un batallón de nuggets formó una barrera improvisada con bandejas y cajas. La pizza, el hotdog y Fofi se miraron entre sí. Sabían que tenían que actuar rápido.
—Necesitamos una estrategia —dijo Fofi, pensando rápido—. La masa es enorme, pero no invencible.
Carbón apretó sus manos carbonizadas y sonrió.
—Yo puedo resistir su calor. Si logramos acercarla al extractor de aire del túnel, podríamos atraparla y freírla completamente.
La empanada asintió.
—Entonces necesitamos atraerla hasta allí. ¡Déjenmelo a mí!
Con agilidad sorprendente, la empanada corrió hacia la masa y le lanzó un trozo de su propia corteza como provocación.
—¡Oye, bola de grasa! ¿No te enseñaron que es de mala educación perseguir comida viva?
La masa rugió y se lanzó contra ella, pero la empanada esquivó con rapidez. La persecución comenzó, y todo el Refugio trabajó en sincronía para preparar la trampa definitiva.
Era todo o nada.
La empanada corría a toda velocidad por los pasadizos del Refugio, esquivando los torpes pero destructivos embates de la masa. Cada vez que esta arremetía, dejaba un rastro de aceite y migajas carbonizadas en las paredes. Fofi, Carbón y los demás se mantenían unos metros atrás, asegurándose de que todo saliera según el plan.
—¡Ya casi llegamos al extractor! —gritó la empanada mientras tomaba una curva cerrada.
El enorme ventilador de metal oxidado giraba lentamente al final del túnel. Ese era el punto clave. Carbón corrió hacia la caja de fusibles del Refugio y comenzó a manipular los cables con sus manos de brasa viva.
—Solo necesito unos segundos… —murmuró, con chispas saliendo de sus dedos.
Mientras tanto, la masa lanzó un ataque furioso, extendiendo un brazo viscoso en un intento de atrapar a la empanada. Pero en el último segundo, esta dio un salto increíble, rebotó contra un barril de salsa barbacoa y aterrizó junto a sus amigos.
—¡Ahora, Carbón! —gritó Fofi.
Carbón cerró los circuitos con un crujido eléctrico, y el extractor cobró vida de golpe. Un violento torbellino de aire absorbió la grasa en suspensión, jalando a la masa poco a poco hacia su interior. Esta gritó con una voz burbujeante, retorciéndose mientras su propia estructura se deshacía en el vórtice caliente.
—¡NOOOO! ¡NO QUIERO SER PARTE DEL MENÚ!
Pero era demasiado tarde. Su cuerpo crujiente y grasoso se pegó a las aspas del extractor, donde el calor extremo terminó de freírla por completo. Un último crujido resonó en el túnel, y luego, silencio.
El Refugio entero quedó inmóvil por un segundo… y luego estalló en vítores.
—¡LO LOGRAMOS! —gritó el hotdog, abrazando a Fofi.
—¡La amenaza terminó! —exclamó la pizza, lanzando queso derretido al aire.
Fofi respiró profundamente, sintiendo por primera vez desde su nacimiento que no tenía que huir. Se giró hacia sus amigos, con una sonrisa en su pan tostado.
—Creo que hemos encontrado nuestro lugar.
El Refugio, libre de la amenaza, celebraba como nunca. La comida viviente estaba a salvo… al menos por ahora.

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