Los túneles eran oscuros y húmedos, con tuberías oxidadas goteando agua sobre las cabezas de los fugitivos. El sonido de sus pasos resonaba en el pasillo estrecho, y cada eco hacía que Fofi sintiera que algo los acechaba en las sombras.
—¿A dónde nos lleva esto? —preguntó la pizza, intentando mantener el equilibrio sobre el suelo resbaladizo.
—Al Refugio —respondió Carbón, sin detenerse—. Es un lugar donde la comida olvidada como nosotros puede sobrevivir sin temor a ser devorada o tirada a la basura.
—Eso suena… esperanzador —dijo el hotdog, aunque su voz temblaba de duda.
Detrás de ellos, un fuerte crujido reverberó a través del túnel. La masa no se había rendido. Estaba abriéndose paso entre los barriles caídos, y el sonido de su viscoso cuerpo arrastrándose por el suelo hacía que la piel de Fofi se erizara.
—¡Rápido! —gritó la caja de papas fritas—. ¡Nos está siguiendo!
El grupo aceleró el paso, girando por una esquina donde las paredes se ensanchaban. De repente, Fofi notó algo extraño: las luces parpadeaban y el aire se volvía más cálido. Un fuerte olor a especias, queso derretido y pan tostado flotaba en el ambiente.
—Estamos cerca —dijo Carbón con un tono serio—. Pero debemos tener cuidado. El Refugio no solo es un refugio… también es territorio de otros alimentos que han aprendido a sobrevivir en este mundo.
Antes de que Fofi pudiera preguntar qué quería decir con eso, una sombra cruzó el túnel delante de ellos. No estaban solos.
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