Carbón empujó la caja con todas sus fuerzas, haciéndola chocar contra la masa justo cuando esta lanzaba uno de sus tentáculos grasientos. El impacto no fue suficiente para detenerla por completo, pero logró desequilibrarla por un segundo, lo que le dio al grupo un instante crucial para moverse.
—¡Por aquí! —gritó Carbón, señalando una salida entre los escombros del callejón.
Fofi, la pizza, el hot dog y las papas fritas corrieron tras él, esquivando los charcos de aceite y los restos de comida abandonada. Detrás de ellos, la masa se sacudió con un gruñido viscoso y empezó a reformarse, cada vez más grande y furiosa.
—¡No importa cuánto corran, seguiré creciendo! —rugió, estirando sus brazos resbaladizos para alcanzarlos.
El grupo llegó a una vieja puerta de metal al final del callejón. Estaba oxidada y apenas colgada de sus bisagras. Carbón la golpeó con fuerza y logró abrirla, revelando una escalera que descendía hacia una red de túneles oscuros.
—¡Bajen rápido! —ordenó.
Fofi fue la primera en saltar, seguida por los demás. Justo cuando la masa se lanzaba sobre ellos, Carbón usó su último esfuerzo para empujar una pila de barriles llenos de desperdicios de cocina, creando un muro improvisado que detuvo a la criatura… al menos por un momento.
—Esto no la detendrá para siempre —dijo el hot dog, jadeando.
—No necesitamos detenerla, solo debemos llegar al Refugio antes de que nos alcance —respondió Carbón, mirando el túnel oscuro frente a ellos—. Pero el camino no será fácil.
Fofi respiró hondo. Si querían sobrevivir, tendrían que seguir adelante sin mirar atrás.
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