La masa se lanzó hacia ellos con un rugido burbujeante, sus extremidades viscosas extendiéndose como tentáculos de aceite hirviendo. Fofi reaccionó al instante.
—¡Corran! —gritó, empujando a sus amigos fuera del camino justo cuando un brazo de masa golpeó el suelo, dejando una mancha grasienta y humeante.
El hot dog y la pizza rodaron hacia un lado, mientras la caja de papas fritas saltaba a una repisa oxidada para evitar el ataque. Carbón, que hasta entonces había permanecido inmóvil, observaba la escena con el ceño fruncido.
—No tiene sentido… —murmuró—. Esto no debería estar pasando.
Fofi lo escuchó y, aunque su instinto le decía que siguiera corriendo, se detuvo un segundo.
—¡Entonces ayúdanos! —le gritó—. ¡Si realmente quieres justicia, no dejes que esto nos destruya también!
Carbón apretó los dientes. Podía sentir el calor del aceite en el aire, el mismo que lo había transformado en lo que era ahora. Miró a la masa que avanzaba, cada vez más grande, más agresiva… y tomó una decisión.
Sin decir una palabra, corrió hacia una pila de cajas y empujó la más grande hacia la masa. El impacto no la detuvo, pero la distrajo lo suficiente para que Fofi y los demás tuvieran una oportunidad.
—¡Siganme! —gritó Carbón—. ¡Conozco una forma de atraparla!
Fofi no lo dudó. Con un último vistazo a la monstruosa criatura, corrió tras Carbón, con la esperanza de que esta vez estuvieran un paso por delante del peligro.

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