La tensión en el callejón era insoportable. Fofi sentía el peso de la mirada de Carbón sobre ella y su equipo, pero sabía que tenía que mantenerse firme.
—Escucha, Carbón —dijo con voz templada—, entiendo tu dolor, de verdad. Nadie debería ser abandonado o desperdiciado. Pero nosotros solo estamos tratando de sobrevivir, igual que tú.
Carbón apretó los puños crujientes, dejando caer pequeñas migajas de su cuerpo.
—¿Sobrevivir? ¿Sobrevivir para qué? ¿Para terminar en la basura como los demás? ¡Mira lo que me hicieron! Yo era un pan fresco, listo para ser parte de una comida deliciosa, pero me olvidaron en el horno… y cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. Nadie quiso salvarme.
Sus palabras resonaron en el callejón. La caja de papas fritas miró a los demás con preocupación, la pizza tragó saliva, y el hotdog se mantuvo en silencio, procesando la historia.
—Lo que te pasó es horrible —admitió Fofi, dando un paso más cerca—. Pero eso no significa que tengas que hacerles lo mismo a otros. No somos tus enemigos.
Carbón la miró con furia, pero en sus ojos había algo más… un rastro de duda. Antes de que pudiera responder, un fuerte burbujeo de aceite hizo que todos giraran la cabeza. La Masa atrapada en la freidora se revolvía más que nunca, lanzando gotas de aceite hirviendo a su alrededor.
—¡Si siguen perdiendo el tiempo, acabarán como yo! —rugió la Masa—. ¡Encuentren la salida antes de que este sitio se convierta en su tumba grasosa!
El grupo intercambió miradas. Había llegado el momento de decidir: ¿convencerían a Carbón de unirse a ellos o buscarían escapar sin él?

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