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Publicado el 19 de febrero de 2025, 2:57

Fofi rodó por la acera, sintiendo el aire nocturno acariciar su crujiente empanizado. A su alrededor, la ciudad era un mundo nuevo y desconocido: luces de neón parpadeaban, autos rugían a toda velocidad y las personas caminaban distraídas con sus teléfonos. Nadie notaba a la pequeña hamburguesa fugitiva, lo cual era un alivio… hasta que un perro callejero la vio. Con la lengua afuera y los ojos brillando de emoción, el canino empezó a perseguirla con un entusiasmo aterrador.

—¡Oh, no, no, no! —gritó Fofi, corriendo con todas sus fuerzas. Sus pequeños “pies” de pan apenas tocaban el suelo mientras esquivaba bolsas de basura y saltaba sobre grietas de la acera. El perro ladraba con más fuerza, cada vez más cerca. Desesperada, Fofi vio una alcantarilla abierta y, sin pensarlo dos veces, se lanzó al vacío. Rodó por los tubos de drenaje, rebotando como una croqueta enloquecida hasta caer en un charco de agua turbia.

Cuando se levantó, empapada pero intacta, miró a su alrededor. Estaba en un túnel subterráneo, iluminado por una tenue luz verde. Carteles viejos y oxidados colgaban de las paredes, y el eco de gotas cayendo resonaba en la oscuridad. Pero lo más extraño fue lo que vio frente a ella: un grupo de alimentos con vida, igual que ella. Un hot dog con gafas, una rebanada de pizza con un pañuelo en la cabeza y una papa frita con muletas la observaban con curiosidad. ¿Había encontrado un refugio… o una nueva amenaza?


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