Desde pequeños, comenzamos a asociar colores con sabores gracias a nuestras experiencias, el entorno cultural y la biología. Aprendemos que los tonos rojos o amarillos suelen estar vinculados a frutas dulces y cítricos, mientras que el verde se relaciona con vegetales menos dulces. Estas asociaciones se refuerzan con la repetición: un niño que prueba fresas rojas y dulces empieza a anticipar ese sabor solo con ver el color.
Además, nuestra cultura moldea estas percepciones. Por ejemplo, los dulces se presentan en colores brillantes y llamativos, mientras que los alimentos saludables se asocian con tonos más naturales como el verde. Evolutivamente, también heredamos una tendencia a percibir los colores vivos como señales de alimentos frescos y nutritivos, una asociación que nos acompaña desde la infancia. Así, el color no solo influye en cómo vemos la comida, sino en cómo la disfrutamos.
Por @danchallout
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